giovedì 10 settembre 2015

Patas arriba

Hace unos días, nada más haber terminado una discusión agridulce con una persona importante, lo primero que hice fue ir a comprar un libro. Como siempre, en los momentos complicados, busco sosiego en algo parecido a un viaje, y a menudo un buen libro representa una solución adecuada para dejar de pensar y centrarme en su contenido, sobre todo si está escrito en un idioma que no es el que empecé a escuchar en la cuna o con un biberón entre los labios.

El libro, o mejor dicho el recorrido, que escogí hace unos días fue casual, como casi siempre. Pero el profundo respeto que tengo por el autor, Eduardo Galeano, me invitó a cogerlo de la estantería en el mismo instante en el que leí el titular: "Patas arriba. La escuela del mundo al revés". Nada más indicado para el periodo nihilista en el que me hallo. Y, de paso, encaja perfectamente en la época que el mundo está viviendo, con revoluciones humanas que llenan nuestro día a día entre un whatsapp y un mail, mientras individuos que lo único que quieren es no morir inocentes emprenden un camino a pie que nada tiene que ver con peregrinaciones religiosas o con paseos catárticos.

Lo que más duele de este periodo es la sucesión de imágenes cruentas, violentas y rabiosas, que van desde la triste silueta de un niño muerto en una orilla que podría ser la de debajo de nuestra casa hasta la zancadilla de una periodista, que rompe la primera regla de su oficio, es decir la de no influir en los hechos que solamente tendría que reportar con la máxima objetividad posible.

Nunca me sentí tan reflejado en un libro como en este preciso momento. Si, como dice Galeano, los que más contaminan y perjudican al mundo son las multinacionales supuestamente regidas por leyes y reglamentos internacionales, está claro que el pueblo tendrá cada vez menos peso. Sea un refugiado que escapa de la guerra, sea una persona dolida por sentirse ninguneada, sea un niño cuyo único juguete era ser libre.

El mundo ya no tiene temporadas. Su revolución alrededor del sol es fragmentada, va y viene, como el sol y la lluvia. Se siente como una cucaracha patas arriba, moviendo sus piernas como bajo un estado febril, buscando un equilibrio ya perdido.

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