lunedì 26 ottobre 2015

De un autobús a otro

Aquella noche los Alpes no se veían. La necesitad de un examen me llamaba a mis deberes, obligándome a subir a un autobús nocturno que a lo largo de toda la madrugada me llevaría a la que en aquel momento era mi 'casa'. En la cola para embarcar apercibí a alguien, vi de reojo su pasaporte donde destacaba la palabra 'Argentina', un lugar que desde siempre me llamaba la atención.

Pocos minutos después, esta persona se sentaría, casualmente, al lado mío. O quizás no fue tan casual, al menos por su parte. Lo que sí fue casual fue el mutuo insomnio que tuvimos ambos en las 4 horas de viaje que compartimos. Hilos de fútbol política, historia y viajes se nos fueron cruzando durante un recorrido que pareció extremamente liviano y corto, mientras algunas personas que querían descansar, y con razón, nos invitaban de manera más o menos contundente a callar.

Un breve descanso en un área de servicio, un pucho y una medialuna sellaron definitivamente el nacimiento de una amistad. Mi compañero de viaje ya lo era de la vida, que por su parte también representa un viaje en sí. Una llamada por teléfono fue la última muestra de complicidad que pude ofrecerle, y el abrazo final que sabía a adiós casi me hacía perder el bus con todas mis pertenencias. Un mail y muchas promesas, el legado final.


Casi 6 años más tarde, en una soleada tarde bonaerense, nuestros caminos se volvieron a cruzar. Impensable. Éramos más viejos, más curtidos, pero los viajeros de siempre, de esos que se reconocen en un segundo y de los que desprende una onda mágica. Compañero de asados, noches de joda y momentos felices, me hizo sentir en casa como nadie, y con él su familia. Hasta que me fui de Argentina. Hasta que él volvió a Europa.

Otro bus esperaba en la noche, Pero esta vez solo a él. Otro abrazo, esta vez más fuerte. No será el último. Posta. En serio. Muchos más buses nos llevarán a muchos caminos. En algún rincón del planeta. En otro viaje como él que nos hizo amigos de ruta y de vida.

mercoledì 7 ottobre 2015

Tempo

Nel salone-cucina semi vuoto rimbomba l'eco delle lancette di un orologio che sembra funzionare per caso in un appartamento improvvisato e provvisorio. Al polso sinistro un braccialetto ormai consunto sostituisce il marchingegno che solitamente indica in che minuto, secondo e ora si trova la parte di mondo da me occupata.

L'acquazzone che rinfresca l'aria anticipa il calo del tepore, quella sensazione di libertà nel vestire sandali e non preoccuparti per il cambio di clima che rasserena l'animo fino al suo punto più profondo. Una parola. Tempo. Cinque lettere che abbracciano due concetti: lo scorrere dei momenti e il cambiamento delle condizoni atmosferiche.


In inglese e in francese, la stella parola viene usata per indicare il ritmo. Eppure, al di là di queste empiriche definizioni lessicali, il tempo è una sensazione astratta che fa da termostato della vita. Indefinito, a volte lento a volte rapido, il tempo aiuta ma al contempo danneggia. Variabile impazzita, può decidere di scorrere dolcemente al ritmo di pioggia o in maniera fulminea con la totale assenza di nuvole.

Il tempo decide per noi. Attraverso di esso le emozioni si amplificano o svaniscono. E per colpa del tempo siamo costretti a decidere, attanagliati da scelte condizionate da possibili direzioni da prendere, controvento o in alta marea. Poi ci fermiamo. Proviamo a controllare il nostro tempo, spesso senza riuscirci. Perché il mondo si muove intorno a lui, in un ritmo insostenibile, mentre le lancette intorno alla terra disegnano il presente senza badare al futuro.