mercoledì 14 giugno 2017

Silencio elocuente

Descalzo, mirando para abajo. Unas piedritas tibias generan cosquilleos a dos pies ansiosos de bañarse, mientras la mirada contempla el fondo verde de un pozo azul columpiándose. Las olas se rompen en la orilla. El grito del mar se hace más fuerte. Su eco es poderoso. Irresistible. Es la revolución del planeta perpetrada en el agua.

Corto la película de agua con los brazos, de uno en uno, sacando la cabeza cada tres para respirar. Esclavo de una boca que acapara todo lo que una nariz defectuosa atasca, abro los ojos bajo el cielo acuático, en un inframundo reflejo inverso de lo terrenal, donde el oxígeno falta y la vista es débil. Atrapado en el sueño, busco el desahogo, una vía de escape del sol que quema al exterior.



Salgo. Los ojos rojos. La media vuelta para contemplar el infinito.Y la soledad se convierte en compañía, mientras las aguas me hablan a su manera. En esta lengua que a veces no consigo entender, pero que cuando agarro, me fascina. Es el silencio elocuente de quién está lejos, pero sigue flotando cuál botella con un mensaje en su interior.

El salitre en los hombros reluce al sol. Y trae recuerdos. Imborrables. Y el pensar se dirige, anárquico, hacia las tripas, que devuelven el temblor al corazón. Es un laberinto sin pistas. Y ni el ruido de las olas me guía. Es un continuo caminar, tropezar y levantarse. Es así.

lunedì 6 febbraio 2017

MacOndo

Dicen que el realismo mágico es un cuento místico, lejos de lo terrenal, que no comulga con los cánones y los códigos convencionales. Aquel mundo creado por la imaginación de Gabo nunca había despertado demasiado mi curiosidad, hasta que no llegué a vivir algo parecido, un domingo de invierno.

MacOndo existe, aunque no tenga ningún vínculo con el que una pluma excepcional describía mil veces mejor que yo. Aún así llegué a verlo, saborearlo, paseando por sus entrañas. Mientras el río tintinaba y el sol deslumbraba caminos desconocidos pero familiares, me percataba de una sensación plácida de calor humano, en un lugar sin tiempo, sin cadenas.



Logré entrar en un cuento, un cuento real, como si hubiera sobrepasado una barrera de ficción, reglas, casillas y rejas producto de la excesiva clausura de la realidad. En el cuento todo fluía como el río, cuya agua limpia exhibía el reflejo único de unos colores fríos que se volvían cálidos. Las ataduras desvanecían bajo forma de rizos iridiscentes que emanan vida propia, mientras el poder de unas miradas provocaban un cosquilleo hermoso en el estómago.

De repente me convertí en duende, explorando bosques, alejando la mirada. Se amplificaban las sonrisas mientras el reloj del mundo se paraba y ni la lenta despedida del sol reducía el amor que pulsaba en las venas de MacOndo. Una sonrisa sincera acompañaba mis pasos, porque cuando estamos en un cuento no sirve ir de la mano.