giovedì 11 luglio 2013

Nadar

Recuerdos de la infancia, con apenas 3 años. Al agua, sin pensar, me lanzó mi padre. Allí, a buscarme la vida. Solo. Como ahora. Intentar no hundirse para luego darse cuenta de lo fácil que es. Al principio son las manos, guiadas por el instinto. Luego sacas la cabeza y ves que flotas y son tus piernas las que mandan.

Cada movimiento es un descubrimiento, un volver a nacer. Imperceptible el brazo se extiende hacia delante y la boca busca el aire. Respiras. Vuelves a nadar. Y respiras, de nuevo. Miras el fondo del mar y te pierdes en ello.



Buscas alivio, paz. Las olas guían tus movimientos y la corriente puede llevarte o pararte. Miras hacia el horizonte y buscas el encuentro el cielo y el mar, el color perfecto, que te remanda a tu afición, a tu pasión. Casi como tu objetivo fuera alcanzar el cruce entre las dos tonalidades de azul, sigues firme hacia ello.

Dejarse llevar por el agua, yendo poco a poco para luego pegar un acelerón y volver a tomar aliento es el primer paso. Vuelves a respirar y a a nadar, como cuando tenías 10 años y nada te importaba sino hasta comías en el agua.

Llegados a este punto de la vida, como a los 3 años, ya no hay manguitos. Eres tú, solo. Y aunque sepas nadar  no es cierto que no corras peligro de hundirte. Sin darte la vuelta, sabes que has de insistir y superar tus miedos. No hay vuelta atrás. Sigue nadando, hasta el final. Hasta que llegues al horizonte o mueras en el intento.

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