venerdì 15 novembre 2019

Tiempo

Cada uno de nosotros tiene un reloj de arena, en cuyas entrañas los granitos se escurren entre nuestros dedos. Para algunos más lentamente, para otros, más rápido. Pero el ritmo no se elige. Se vive.

El tiempo no se mide. Ni se calcula. Ni pesimista ni optimista. Es el concepto abstracto más concreto y más valioso. No lo vemos. Lo sentimos en el aire.

El tiempo es volver a pisar mal en un terreno nuevo. El tiempo es cada vez virgen, se fragmenta en emociones y se divide en arrebatos. Se esfuma mientras cierras la cafetera, te atas los zapatos o sigues una senda.

El tiempo se valora cuando es poco. Es cuando carece que lo necesitamos más. En algunos momentos queremos hacerlo o matarlo, pero no lo gobernamos. Retumba en el pasado. Chirría en el presente. Se pierde en el futuro.

El tiempo no lo determinan ni agujas ni sombras. Desliza en los granos de arena que cruzan las manos. No lo podemos atrapar. Y, casi siempre, lo desperdiciamos.

Porque de los errores no aprendemos. Solo los hacemos mejores.