sabato 21 marzo 2020

Filas

O'Reilly y Villegas. La Habana Vieja. Al ruido de los transeúntes hace de contraste el ronroneo de unas personas amasadas fuera de una puerta. Una puerta que podría esconder una habitación, por lo pequeña que es. Pero no. Es una panadería y desde las ocho de las mañana reparte unas barras de medida estándar respectando una pauta precisa: la del racionamiento.

Sarmiento y Santa Fe. Rosario. En una calurosa mañana de verano, una larga cola formada por personas copa una entera vereda. Gente que busca conseguir algo de efectivo de sus ahorros en un febrero sin muchas vacaciones. El abastecimiento existe, pero no está al alcance de todos. La plata carece, y hasta para sacar lo que es de uno hace falta esperar. Y mucho.

Parajes totalmente distintos a los que estuve acostumbrado en mi vida. De tercer mundo, diría alguien, erróneamente. Porque el tercer mundo es un invento del primero y del segundo, que a la vez fueron engendrados por la Pangea política del siglo pasado.

Ahora, con la primavera que lenta y tímidamente trata de revolcar al invierno en pos de una libertad global, a mí también me tocó hacer fila. Y en mi propia ciudad natal. Una ciudad que, si bien siempre estuvo más cerca de África y de América Latina, se halla en Europa. Una ciudad en la que hoy el abastecimiento existe, pero se resiste. Y una emergencia pandemica obliga a distanciarse y a esperar turnos de racionamiento.

Es la guerra de nuestros abuelos. Es la crisis humana. Hacer filas, es lo que nos pone patas arriba. En un mundo ya al revés en el que, a partir de ahora, los privilegios también serán racionados.