giovedì 15 febbraio 2018

Extremos cercanos

Tiene los ojos negros, vívidos, atentos. Mientras sus pinceladas irregulares cambian el tono cromático de una boceto en tres dimensiones, una niña representa casi sin moverse la distinción entre mi mundo y el suyo. Alrededor de ella el caos es imperante. Imponente. Casi demasiado para una ciudad como Suratthani, cobijo del turismo masificado de Tailandia pero a la vez punto de paso para los que anhelan alcanzar la escondida jungla de Khao Sok. Solitaria, se ceba en su arte sin percatarse de lo que la rodea en el sábado de fiesta.

La etapa improvisada es el reflejo más evidente de una Tailandia siempre en movimiento pero todavía auténtica, donde los letreros no hablan inglés y en los carritos de comida callejera las únicas palabras comprensibles son los números al momento de pagar.

Las líneas de estos ojos, únicos en una muchedumbre inquieta pero siempre adobada con una sonrisa, me recordaron de repente las de dos niñas en un autobús en Puerto Iguazú, en la triple frontera donde ya se puede oír el ruido de las cataratas. Destino a Paraguay, estas dos criaturas de origen guaraní fueron el primer encuentro con el otro en una tierra de conquista y abusos. Sus miradas aliviaron la mañana tras un viaje largo acompañado por mi fiel insomnio. Yo era el único esperando el bus para ir a Brasil. No dijeron nada. Miraban al intruso. Aquel déjà vu tuvo el poder de transportarme muchos años atrás y a miles de km hacia el este, que después pasaría a ser oeste.

Los rasgos, los olores y la paz unieron el hilo del mapamundi que albergaba en mi cabeza. Los extremos de este hilo se ataron espontánea y naturalmente. Me di cuenta de que la cercanía es lejanía y al revés. Comprobé nuevaMente que si nos salimos de la autopista existen senderos atrevidos y placenteros. Me sentí solo entre miles. El tiempo se paró. Al despertar, la niña enfrente mío había terminado su tarea. En paz. Sola en la multitud. Como yo.

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