mercoledì 7 marzo 2018

Nariz arriba

Estar sin blanca en París es algo que me pasó una infinidad de veces. Desde los años en los que era estudiante hasta la época en la que intentaba trepar por el liso árbol del periodismo freelance sin demasiado éxito económico. Hoy que el tambaleante y precario estado de mis finanzas sigue sin saciar mis inquietudes de nómada, volver a la ciudad de las luces resulta diferente, pero no por una cuestión puramente de dinero.

El cielo gris y nostálgico que contrasta con la hermosura de sus calles y de su atmósfera la hacen una amante eterna. Pendiente. La urbe me venda los ojos y crea un laberinto en el que cada vez que vuelvo pierdo el sur y encuentro el norte, lejos de aquella esencia mediterránea que gobierna mi interior. Es el don perenne de la fascinación, aquel reflejo inexplicable que alumbra aún sin sol, con su mirada que es familiar y desconocida a la vez.

Las fotos nunca son las mismas. Las aceras tampoco. Ni los olores. La única costumbre que sigue en pie, en todos los sentidos, es la de zigzaguear. Mejor si levantando la cabeza y buscando despejar la curiosidad mirando hacia arriba. Cuánta razón tenía Amor Najar, un simpático socarrón políglota que harto de vestirse con corbata cada día decidió abrir una tienda de productos de cuero en la medina de Tunis, cuando dijo:"tenemos la mala costumbre de no mirar nunca por arriba del metro setenta, de andar casi agachados".

De movimiento en movimiento, hasta en los menos naturales, todo evoluciona. O, mejor dicho, revoluciona, como bien indica la oscilación del péndulo de Foucalt. Su rebelión empuja a levantar la mirada hacia el techo, donde se alimenta su hilo, el origen de su inquietud. Imperceptible pero existente. Invisible pero vivo.

Nariz arriba se ve más. No sé si mejor. Pero seguramente más. Hasta la luz y los colores son diferentes. Nariz arriba los detalles dan otra perspectiva. Abren los ojos y amplían la imaginación. Se distinguen más matices. Se encuentran historias enterradas. Nariz arriba, se recupera la virginidad. Para perderla nuevamente.

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