martedì 16 luglio 2013

Ida y vuelta

Pedal, embrague, primera. Mil kilómetros por delante en una acalorada tarde extremeña. El sol alto pega y el frescor del agua en la cara es un mero paliativo. Tras un año sin conducir, entre falta de coche y una doble lesión de la muñeca, me esperaba un largo recorrido.

Dos días muy intensos, entre el viaje de ida, un torneo de fútbol, una salida nocturna y un reencuentro eran el preludio. Las piernas andaban de por sí tras las fatigas de la jornada anterior que acabó a las 5 de la madrugada.

Una vez agarrado el volante recordé enseguida cómo se hacía. Los movimientos eran automáticos y la calma mixta a adrenalina corroboraba mi espíritu y mi cuerpo. La justa compañía en el asiento de al lado y los recuerdos frescos de un fin de semana intenso me bastaron para aguantar.


La radio no ayudaba mucho, más perdida que nosotros en estos lares desiertos y secos, pero de vez en cuando nos daba una tregua y salían de ella notas familiares. "Wish you were here" y "Hotel California" cortaban el tiempo y otorgaban savia nueva a mi cuerpo.

De la mañana a la noche, pasando por la Meseta y el desierto de Monegros, volví a descubrir el sabor de viajar de manera activa, sin que nadie me llevara. Podía medir mis pasos, trazar el trayecto y agredir la ruta. La península ibérica como escenario, hasta llegar a las luces de Barcelona y al olor a Mediterráneo, después de haber besado el Océano, límite para superar cuanto antes.


giovedì 11 luglio 2013

Nadar

Recuerdos de la infancia, con apenas 3 años. Al agua, sin pensar, me lanzó mi padre. Allí, a buscarme la vida. Solo. Como ahora. Intentar no hundirse para luego darse cuenta de lo fácil que es. Al principio son las manos, guiadas por el instinto. Luego sacas la cabeza y ves que flotas y son tus piernas las que mandan.

Cada movimiento es un descubrimiento, un volver a nacer. Imperceptible el brazo se extiende hacia delante y la boca busca el aire. Respiras. Vuelves a nadar. Y respiras, de nuevo. Miras el fondo del mar y te pierdes en ello.



Buscas alivio, paz. Las olas guían tus movimientos y la corriente puede llevarte o pararte. Miras hacia el horizonte y buscas el encuentro el cielo y el mar, el color perfecto, que te remanda a tu afición, a tu pasión. Casi como tu objetivo fuera alcanzar el cruce entre las dos tonalidades de azul, sigues firme hacia ello.

Dejarse llevar por el agua, yendo poco a poco para luego pegar un acelerón y volver a tomar aliento es el primer paso. Vuelves a respirar y a a nadar, como cuando tenías 10 años y nada te importaba sino hasta comías en el agua.

Llegados a este punto de la vida, como a los 3 años, ya no hay manguitos. Eres tú, solo. Y aunque sepas nadar  no es cierto que no corras peligro de hundirte. Sin darte la vuelta, sabes que has de insistir y superar tus miedos. No hay vuelta atrás. Sigue nadando, hasta el final. Hasta que llegues al horizonte o mueras en el intento.