sabato 24 marzo 2018

Lluvia

Suenan gotas en la ventana
El cristal empañado
No desvela lo añorado
Rehén de la chicana

Aguas en los aires
Tambalean en el sosiego
Falto de un apego
Salpican en las calles

La lluvia nomás
Aflora el consuelo
De un blanco pañuelo
Gritando Nunca más


mercoledì 7 marzo 2018

Nariz arriba

Estar sin blanca en París es algo que me pasó una infinidad de veces. Desde los años en los que era estudiante hasta la época en la que intentaba trepar por el liso árbol del periodismo freelance sin demasiado éxito económico. Hoy que el tambaleante y precario estado de mis finanzas sigue sin saciar mis inquietudes de nómada, volver a la ciudad de las luces resulta diferente, pero no por una cuestión puramente de dinero.

El cielo gris y nostálgico que contrasta con la hermosura de sus calles y de su atmósfera la hacen una amante eterna. Pendiente. La urbe me venda los ojos y crea un laberinto en el que cada vez que vuelvo pierdo el sur y encuentro el norte, lejos de aquella esencia mediterránea que gobierna mi interior. Es el don perenne de la fascinación, aquel reflejo inexplicable que alumbra aún sin sol, con su mirada que es familiar y desconocida a la vez.

Las fotos nunca son las mismas. Las aceras tampoco. Ni los olores. La única costumbre que sigue en pie, en todos los sentidos, es la de zigzaguear. Mejor si levantando la cabeza y buscando despejar la curiosidad mirando hacia arriba. Cuánta razón tenía Amor Najar, un simpático socarrón políglota que harto de vestirse con corbata cada día decidió abrir una tienda de productos de cuero en la medina de Tunis, cuando dijo:"tenemos la mala costumbre de no mirar nunca por arriba del metro setenta, de andar casi agachados".

De movimiento en movimiento, hasta en los menos naturales, todo evoluciona. O, mejor dicho, revoluciona, como bien indica la oscilación del péndulo de Foucalt. Su rebelión empuja a levantar la mirada hacia el techo, donde se alimenta su hilo, el origen de su inquietud. Imperceptible pero existente. Invisible pero vivo.

Nariz arriba se ve más. No sé si mejor. Pero seguramente más. Hasta la luz y los colores son diferentes. Nariz arriba los detalles dan otra perspectiva. Abren los ojos y amplían la imaginación. Se distinguen más matices. Se encuentran historias enterradas. Nariz arriba, se recupera la virginidad. Para perderla nuevamente.

giovedì 15 febbraio 2018

Extremos cercanos

Tiene los ojos negros, vívidos, atentos. Mientras sus pinceladas irregulares cambian el tono cromático de una boceto en tres dimensiones, una niña representa casi sin moverse la distinción entre mi mundo y el suyo. Alrededor de ella el caos es imperante. Imponente. Casi demasiado para una ciudad como Suratthani, cobijo del turismo masificado de Tailandia pero a la vez punto de paso para los que anhelan alcanzar la escondida jungla de Khao Sok. Solitaria, se ceba en su arte sin percatarse de lo que la rodea en el sábado de fiesta.

La etapa improvisada es el reflejo más evidente de una Tailandia siempre en movimiento pero todavía auténtica, donde los letreros no hablan inglés y en los carritos de comida callejera las únicas palabras comprensibles son los números al momento de pagar.

Las líneas de estos ojos, únicos en una muchedumbre inquieta pero siempre adobada con una sonrisa, me recordaron de repente las de dos niñas en un autobús en Puerto Iguazú, en la triple frontera donde ya se puede oír el ruido de las cataratas. Destino a Paraguay, estas dos criaturas de origen guaraní fueron el primer encuentro con el otro en una tierra de conquista y abusos. Sus miradas aliviaron la mañana tras un viaje largo acompañado por mi fiel insomnio. Yo era el único esperando el bus para ir a Brasil. No dijeron nada. Miraban al intruso. Aquel déjà vu tuvo el poder de transportarme muchos años atrás y a miles de km hacia el este, que después pasaría a ser oeste.

Los rasgos, los olores y la paz unieron el hilo del mapamundi que albergaba en mi cabeza. Los extremos de este hilo se ataron espontánea y naturalmente. Me di cuenta de que la cercanía es lejanía y al revés. Comprobé nuevaMente que si nos salimos de la autopista existen senderos atrevidos y placenteros. Me sentí solo entre miles. El tiempo se paró. Al despertar, la niña enfrente mío había terminado su tarea. En paz. Sola en la multitud. Como yo.