mercoledì 29 gennaio 2014

El potrero

El bus nos dejaba en la estación de Mendoza cuando el amanecer empezaba a deslumbrar en el cielo y los Andes y el Aconcagua se veían ya desde lejos. Al bajar del autocar pasé del frío de las montañas al calor impensable e indescriptible de la ciudad mendocina. Imposible dormir bien, tras no haber casi pegado ojo durante el viaje, entre la belleza del paisaje y mi insomnio estructural. Eso no hubiera supuesto un problema particular si no iba a ser porque había confirmado mi presencia a un torneo de fútbol de duración indefinida en la tarde.

Sin embargo mi amigo y compañero de viaje, que odia el fútbol, estaba más ilusionado que yo en poder disputar una competición del deporte rey en Argentina, lugar donde el balompié llega a tener niveles sagrados inalcanzables incluso para los napolitanos. Fue así que, tras una mañana intentando descansar para almacenar energías, nos encontramos en un lugar en la 'loma del orto', que en España dirían el quinto pino. A las dos de la tarde los 40 grados se percibían en cualquier movimiento que hacías, mientras los choris se iban cociendo en el asador y se empezaba a saborear cerveza o Fernet con cola, para aclimatarse al lugar.

A las cinco de la tarde, hora de míticas corridas de toros, este enorme grupo de locos, compuesto por 40 personas, decidió desafiar el calor insoportable y empezar la manifestación. Un fútbol olvidado, pasional, hecho más de risas que de reglas. El sorteo me dio la suerte, o la mala suerte, de jugar con mi amigo, un tipo bastante incapaz en controlar una pelota, que decidió bien ponerse de portero, o arquero, como dicen aquí. Y yo, personalmente, hacía mucho que no pensaba con los pies. Y mi faceta de niño despertó de repente en aquel potrero tan argentino, con el césped consumido que creaba la típica atmósfera de fútbol vivido y alegre. El de la calle, donde yo había aprendido a jugar.



Me sentí en casa, mientras me pasaban una cerveza o un fernet y miraba los demás disputarse el balón. Hasta que nos tocó a nosotros. Fue una cabalgata triunfal hasta los cuartos de final. En aquel momento, cuando el sol ya se había ido, llevábamos más de 4 horas jugando y nos habíamos dado el gusto de eliminar a los vigentes campeones y yo era el pichichi, tras marcar 5 goles en 4 partidos. Nunca fui bueno en meter goles, pero aquel día me salieron unas jugadas de esas que recuerdas para siempre, como un gol en la escuadra desde mitad del pequeño terreno de juego y otro con la zurda tras un sombrero a mi rival.

Las fatigas del viaje, el alcohol y la mejor calidad de nuestro rival en cuartos nos apearon, aunque aún estoy pensando en mi disparo que dio en el poste y que hubiera significado ir a penaltis. Poco importaba. Estaba cansado y feliz. No me llevaría ningún premio material pero había vivido una experiencia inolvidable de conexión con gente desconocida, que en aquel instante compartía conmigo pasión y jolgorio. Tanta adrenalina llevaba en el cuerpo que no pude dormir aquella noche, en la que permanecí despierto hasta las 3 y me reí por el dolor de un golpe recibido en la pierna izquierda. Y pensé, como bien dijo El Negro Fontanarrosa: "Esto es el fútbol". Y di las gracias.


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