domenica 11 settembre 2016

Kizkur

Qué poco cuenta el tiempo que tenemos en nuestra manos, sobre todo cuando acelera sin pedir permiso. Las horas parecen escurrirse como el agua de un arroyo en primavera, fresca, ligera, imposible de atrapar. Indomables, sol y luna se alternan en su continuo relevo en el tramo final de un verano movido, raramente calmo, suavemente inestable.

El agua del mar, verde y luminosa, como impecable refugio para alejarse del caos. Una piedras finas hacen de alfombra y proporcionan a la vez un agradable cosquilleo. Hundirse en las entrañas del Mediterráneo alivia corazón, mente y músculos, mientras las gotas que salpican los ojos proporcionan una vista borrosa, de ensueño.

Lucientes cabellos oscuros deslizan lentamente. El agua los hace sentir más vivos, el salitre los electriza, para que después terminen encontrando paz en unos rizos revolucionarios. Carcajadas y suspiros dan la pauta de un tiempo aparentemente rapidísimo, un relámpago de emociones.

Se suceden arpegios acordes entre ellos, con la misma música de fondo originada por el cruce vivido de miradas profundas. La piel se estremece, las sonrisas se dibujan y los ánimos se avivan. Todo por culpa de un sinfín de rizos, marco de una pintura expresiva, dinámica. De síndrome de Stendhal

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