lunedì 12 maggio 2014

Sin pestañear

Las 18 horas de viaje marcaban la pauta del movimiento del cuerpo, inspirado por las ganas de conocer pero a la vez cansado y limitado. Entre bostezos y sonrisas el paso de una frontera a través de un bus de la anteguerra me proyectaba hacia otra dimensión, mientras la vegetación se abría para crear el espacio sorprendente de un lugar místico, asombroso, que me hizo sentir infinitamente pequeño.

El saludo con la mano de dos niñas guaraní había hecho que el día empezara mejor que nunca, pese al agotamiento corporal. Una vez llegado al destino final, el  leve ruido de las aguas que bajaban al río preparaba para el impacto visual. Un arco-iris se estallaba entre los árboles y las cataratas y una llovizna dulce salpicaba en mi cámara de fotos, mientras mi mirada se atontaba y yo, sin poder evitarlo, entré completamente en el ambiente.



Atrapado en una realidad confusa y surrealista, apenas podía darme cuenta de donde me hallaba. El síndrome de Stendhal, algo que me había golpeado solo en otra ocasión en mi pasado, pudo más de la lluvia intensa de la Garganta del Diablo, frontera natural entre dos países, que en este lugar casi se abrazan. No salió ni un grito. Las emociones se volcaban tanto que era imposible expresarlas.

Era mejor quedarse mirando el espectáculo. Un conjunto de colores, olores y sensaciones, que anularon el cansancio, hasta que los ojos no pudieron distinguir nada por las lágrimas que se alternaban al agua. Así, sin más. Sin pestañear.


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