mercoledì 5 marzo 2014

Horizontes infinitos

La constante presencia de montañas, colinas o volcanes en los lugares donde estuve viviendo no me dejó nunca apreciar cierto tipo de puesta de sol. Otra perspectiva he tenido al llegar a América Latina, donde la vida es al revés y todo se mide con diferentes percepciones. Por estos lares, las enormes llanuras presumen de ser las protagonistas de la población y, de paso, permiten que el cielo dibuje en su enorme pizarra unos matices difíciles que apreciar en otros contextos.

Los múltiples colores se alternan al anochecer, mientras las avenidas de una estancia siguen su antiguo recorrido y reflejan los entresijos de la luz del sol entre los arbustos. Del rosa al azul, pasando por el fucsia y el azul oscuro, el enorme y fascinante planteamiento del cielo al horizonte atrapa todos los sentidos, casi como cuando se mira hacia el mar, elemento natural.



Lo demás es un caballo alto y solemne, encima del cual es muy fácil tambalear, pero una vez cogidas las riendas la diversión supera el miedo a caer y poco a poco en la cabeza se hace paso unas notas musicales, expresadas por el humilde silbato de un servidor, que se identifica con los personajes que aquella melodía pretendió acompañar.

Y se todo se acaba perdiéndose en una mezcla de colores vivos, que anticipan la llegada de la oscuridad, en la que el consuelo es un columpio y una noche que brilla solo por el esplendor de unos cuerpos celestes lejanos. La magia del anochecer deja paso a un polvo de estrellas, todas perfectamente visibles. Fue en aquel momento que me di cuenta de que los horizontes infinitos se pueden encontrar también si se mira para arriba.

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